sábado, 23 de agosto de 2014

Antonio Machado - Poemas

HE ANDADO MUCHOS CAMINOS

 He andado muchos caminos,
 he abierto muchas veredas,
 he navegado en cien mares
 y atracado en cien riberas.

 En todas partes he visto
 caravanas de tristeza,
 soberbios y melancòlicos
 borrachos de sombra negra,

 y pedantones al paño
 que miran, callan y piensan
 que saben, porque no beben
 el vino de las tabernas.

 Mala gente que camina
 y va apestando la tierra...

 Y en todas partes he visto
 gentes que danzan o juegan
 cuando pueden, y laboran
 sus cuatro palmos de tierra.

 Nunca, si llegan a un sitio,
 preguntan adònde llegan.
 Cuando caminan, cabalgan
 a lomos de mula vieja,

 y no conocen la prisa
 ni aun en los días de fiesta.
 Donde hay vino, beben vino;
 donde no hay vino, agua fresca

 Son buenas gentes que viven,
 laboran, pasan y sueñan,
 y en un día como tantos
 descansan bajo la tierra.


 RECUERDO INFANTIL

 Una tarde parda y fría
 de invierno. Los colegiales
 estudian. Monotonía
 de lluvia tras los cristales.

 Es la clase. En un cartel
 se representa a Caín
 fugitivo, y muerto Abel,
 junto a una mancha carmín.

 Con timbre sonoro y hueco
 truena el maestro, un anciano
 mal vestido, enjuto y seco,
 que lleva un libro en la mano.

 Y todo un coro infantil
 va cantando la lecciòn:
 mil veces ciento, cien mil;
 mil veces mil, un millòn.

 Una tarde parda y fría
 de invierno. Los colegiales
 estudian. Monotonía
 de la lluvia en los cristales.


 EL LIMONERO LÁNGUIDO SUSPENDE

 El limonero lánguido suspende
 una pálida rama polvorienta
 sobre el encanto de la fuente limpia,
 y allá en el fondo sueñan
 los frutos de oro...
 Es una trade clara,
 casi de primavera;
 tibia tarde de marzo,
 que al hálito de abril cercano lleva;
 y estoy solo, en el patio silencioso,
 buscando una ilusiòn cándida y vieja:
 alguna sombra sobre el blanco muro,
 algún recuerdo, en el pretil de piedra
 de la fuente dormido, o, en el aire,
 algún vagar de túnica ligera.

 En el ambiente de la tarde flota
 ese aroma de ausencia
 que dice al alma luminosa: nunca,
 y al corazòn: espera.

 Ese aroma que evoca los fantasmas
 de las fragancias vírgenes y muertas.

 Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,
 casi de primavera,
 tarde sin flores, cuando me traías
 el buen perfume de la hierbabuena,
 y de la buena albahaca,
 que tenía mi madre en sus macetas.

 Que tú me viste hundir mis manos puras
 en el agua serena,
 para alcanzar los frutos encantados
 que hoy en el fondo de la fuente sueñan...

 Sí, te conozco, tarde alegre y clara,
 casi de primavera.


 YO ESCUCHO LOS CANTOS

 Yo escucho los cantos
 de viejas cadencias,
 que los niños cantan
 cuando en corro juegan,
 y vierten en coro
 sus almas que sueñan,
 cual vierten sus aguas
 las fuentes de piedra:
 con monotonías
 de risas eternas,
 que no son alegres;
 con lágrimas viejas,
 que no son amargas,
 y dicen tristezas,
 tristezas de amores
 de antiguas leyendas.

 En los labios niños,
 las canciones llevan
 confusa la historia
 y clara la pena;
 como clara el agua
 lleva su conseja
 de viejos amores,
 que nunca se cuentan.

 Jugando, a la sombra
 de una plaza vieja,
 los niños cantaban...

 La fuente de piedra
 vertía su eterno
 cristal de leyenda.

 Cantaban los niños
 canciones ingenuas
 de un algo que pasa
 y que nunca llega:
 la historia confusa
 y clara la pena.

 Seguía su cuento
 la fuente serena.
 Borrada la historia,
 contaba la pena.


 ORILLAS DEL DUERO

 Se ha asomado una cígüeña a lo alto del campanario.
 Girando en torno a la torre y al caseròn solitarío;
 ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno,
 de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno.
 Es una tibia mañana.
 El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.

 Pasados los verdes pinos,
 casi azules, primavera
 se ve brotar en los finos
 chopos de la carretera
 y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.
 El campo parece, más que joven, adolescente.

 Entre las hierbas, alguna humilde flor ha nacido,
 azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,
 y mística primavera!

 ¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,
 espuma de la montaña
 ante la azul lejanía;
 sol del día, claro día!
 ¡Hermosa tierra de España!


 YO VOY SOÑANDO CAMINOS

 Yo voy soñando caminos
 de la tarde. ¡Las colinas
 doradas, los verdes pinos,
 las polvorientas encinas! ...
 ¿Adònde el camino irá?
 Yo voy cantando, viajero
 a lo largo del sendero...
—La tarde cayendo está—.
«En el corazòn tenía
 la espina de una pasiòn;
 logré arrancármela un día,
 ya no siento el corazòn.»

Y todo el campo un momento
 se queda, mudo y sombrío,
 meditando. Suena el viento
 en los álamos del río.

 La tarde más se oscurece;
 y el camino que serpea
 y débilmente blanquea
 se enturbia y desaparece.

 Mi cantar vuelve a plañir:
«Aguda espina dorada,
 quién te pudiera sentir
 en el corazòn clavada.»


AMADA, EL AURA DICE

 Amada, el aura dice
 tu pura veste blanca... 
 No te verán mis ojos;
 ¡mi corazòn te aguarda!

 El aura me ha traído
 tu nombre en la mañana;
 el eco de tus pasos
 repite la montaña...
 No te verán mis ojos;
 ¡mi corazòn te aguarda!

 En las sombrías torres
 repican las campanas...
 No te verán mis ojos;
 ¡mi corazòn te aguarda!

 Los golpes del martillo
 dicen la negra caja;
 y el sitio de la fosa,
 los golpes de la azada...
 No te verán mis ojos;
 ¡mi corazòn te aguarda!



 PRELUDIO

 Mientras la sombra pasa de un santo amor, hoy quiero
 poner un dulce salmo sobre mi viejo atril.
 Acordaré las notas del òrgano severo
 al suspirar fragante del pífano de abril.

 Madurarán su aroma las pomas otoñales;
 la mirra y el incienso salmodiarán su olor;
 exhalarán su fresco perfume los rosales,
 bajo la paz en sombra del tibio huerto en flor.

 Al grave acorde lento de música y aroma,
 la sola y vieja y noble razòn de mi rezar
 levantará su vuelo süave de paloma,
 y la palabra blanca se elevará al altar.


 CRECE EN LA PLAZA EN SOMBRA

 Crece en la plaza en sombra
 el musgo, y en la piedra vieja y santa
 de la iglesia. En el atrio hay un mendigo...
 Más vieja que la iglesia tiene el alma.

 Sube muy lento, en las mañanas frías,
 por la marmòrea grada,
 hasta un rincòn de piedra... Allí aparece
 su mano seca entre la rota capa.

 Con las òrbitas huecas de sus ojos
 ha visto còmo pasan
 las blancas sombras en los claros días,
 las blancas sombras de las horas santas.



 ME DIJO UN ALBA DE LA PRIMAVERA

 Me dijo un alba de la primavera:
—Yo florecí en tu corazòn sombrío
 ha muchos años, caminante viejo
 que no cortas las flores del camino.

 Tu corazòn de sombra, ¿acaso guarda
 el viejo aroma de mis viejos lirios?
 ¿Perfuman aun mis rosas la alba frente
 del hada de tu sueño adamantino?

 Respondí a la mañana:
—Sòlo tienen cristal los sueños míos.
 Yo no conozco el hada de mis sueños,
 ni sé si está mi corazòn florido.

 Pero si aguardas la mañana pura
 que ha de romper el vaso cristalino,
 quizás el hada te dará tus rosas;
 mí corazòn, tus lirios.


 ABRIL FLORECÍA

 Abril florecía
 frente a mi ventana.
 Entre los jazmines
 y las rosas blancas
 de un balcòn florido
 vi las dos hermanas.
 La menor cosía;
 la mayor hilaba...
 Entre los jazmines
 y las rosas blancas,
 la más pequeñita,
 risueña y rosada
—su aguja en el aire—,
mirò a mi ventana.

 La mayor seguía,
 silenciosa y pálida,
 el huso en su rueca
 que el lino enroscaba.
 Abril florecía
 frente a mi ventana.

 Una clara tarde
 la mayor lloraba
 entre los jazmines
 y las rosas blancas,
 y ante el blanco lino
 que en su rueca hilaba.

—¿Qué tienes—le dije—,
silenciosa pálida?
 Señalò el vestido
 que empezò la hermana.
 En la negra túnica
 la aguja brillaba;
 sobre el blanco velo,
 el dedal de plata.
 Señalò la tarde
 de abril que soñaba,
 mientras que se oía
 tañer de campanas.
 Y en la clara tarde
 me enseñò sus lágrimas...
 Abril florecía
 Frente a mi ventana.

 Fue otro abril alegre
 y otra tarde plácida.
 El balcòn florido
 solitario estaba...
 Ni la pequeñita
 risueña y rosada,
 ni la hermana triste,
 silenciosa y pálida,
 ni la negra túnica,
 ni la toca blanca...
 Tan sòlo en el huso
 el lino giraba
 por mano invisible,
 y en la oscura sala
 la luna del limpio
 espejo brillaba...
 Entre los jazmines
 y las rosas blancas
 del balcòn florido
 me miré en la clara
 luna del espejo
 que lejos soñaba...
 Abril florecía
 frente a mí ventana.



 DE LA VIDA

 ¡Ay del que llega sediento
 a ver el agua correr
 y dice: La sed que siento
 no me la calma el beber!

 ¡Ay de quien bebe, y, saciada
 la sed, desprecia la vida:
 moneda al tahúr prestada,
 que sea al azar rendida!

 Del iluso que suspira
 bajo el orden soberano,
 y del que sueña la lira
 pitagòrica en su mano.

 ¡Ay del noble peregrino
 que se para a meditar,
 después de largo camino,
 en el horror de llegar!

 ¡Ay de la melancolía
 que llorando se consuela,
 y de la melomanía
 de un corazòn de zarzuela!

 ¡Ay de nuestro ruiseñor,
 si en una noche serena
 se cura del mal de amor
 que llora y canta su pena!

 ¡De los jardines secretos,
 de los pensiles soñados
 y de los sueños poblados
 de propòsitos discretos!

 ¡Ay del galán sin fortuna
 que ronda a la luna bella,
 de cuantos caen de la luna,
 de cuantos se marchan a ella!

 ¡De quien el fruto prendido
 en la rama no alcanzò,
 de quien el fruto ha mordido
 y el gusto amargo probò!

 ¡Y de nuestro amor primero
 y de su fe mal pagada,
 y, también, del verdadero
 amante de nuestra amada!


 INVENTARIO GALANTE

 Tus ojos me recuerdan
 las noches de verano,
 negras noches sin luna,
 orilla al mar salado,
 y el chispear de estrellas
 del cielo negro y bajo.
 Tus ojos me recuerdan
 las noches de verano.
 Y tu morena carne,
 los trigos requemados
 y el suspirar de fuego
 de los maduros campos.

 Tu hermana es clara y débil
 como los juncos lánguidos,
 como los sauces tristes,
 como los linos glaucos.
 Tu hermana es un lucero
 en el azul lejano...
 Y es alba y aura fría
 sobre los pobres álamos
 que en las orillas tiemblan
 del río humilde y manso.
 Tu hermana es un lucero
 en el azul lejano.

 De tu morena gracia,
 de tu soñar gitano,
 de tu mirar de sombra
 quiero llenar mi vaso.

 Me embriagaré una noche
 de cielo negro y bajo,
 para cantar contigo,
 orilla al mar salado,
 una canciòn que deje
 cenizas en los labios...
 De tu mirar de sombra
 quiero llenar mi vaso.

 Para tu linda hermana
 arrancaré los ramos
 de florecillas nuevas
 a los almendros blancos,
 en un tranquilo y triste
 alborear de marzo.
 Los regaré con agua
 de los arroyos claros,
 los ataré con verdes
 junquillos del remanso...
 Para tu linda hermana
 yo haré un ramito blanco.


 ME DIJO UNA TARDE

 Me dijo una tarde
 de la primavera:
 Si buscas caminos
 en flor en la tierra,
 mata tus palabras
 y oye tu alma vieja.
 Que el mismo albo lino
 que te vista sea
 tu traje de duelo,
 tu traje de fiesta.
 Ama tu alegría
 y ama tu tristeza,
 si buscas caminos
 en flor en la tierra.
 Respondí a la tarde
 de la primavera:

—Tú has dicho el secreto
 que en mi alma reza:
 yo odio la alegría
 por odio a la pena.
 Mas antes que pise
 tu florida senda,
 quisiera traerte
 muerta mi alma vieja.


 ERA UNA MAÑANA Y ABRIL SONREÍA

 Era una mañana y abril sonreía.
 Frente al horizonte dorado moría
 la luna, muy blanca y opaca; tras ella,
 cual tenue ligera quimera, corría
 la nube que apenas enturbia una estrella.

 Como sonreía la rosa mañana,
 al sol del oriente abrí mi ventana;
 y en mi triste alcoba penetrò el oriente
 en canto de alondras, en risa de fuente
 y en suave perfume de flora temprana.

 Fue una clara tarde de melancolía.
 Abril sonreía. Yo abrí las ventanas
 de mi casa al viento... El viento traía
 perfumes de rosas, doblar de campanas...

 Doblar de campanas lejanas, llorosas,
 süave de rosas aromado aliento...
 ...¿Dònde están los huertos floridos de rosas?
 ¿Qué dicen las dulces campanas al viento?

 Pregunté a la tarde de abril que moría:
—¿Al fin la alegría se acerca a mi casa?
 La tarde de abril sonriò: —La alegría
 pasò por tu puerta-y luego, sombría—:
Pasò por tu puerta. Dos veces no pasa.



 ANOCHE CUANDO DORMÍA

 Anoche cuando dormía
 soñé, ¡bendita ilusiòn!,
 que una fontana fluía
 dentro de mi corazòn.
 Di: ¿por qué acequia escondida,
 agua, vienes hasta mí,
 manantial de nueva vida
 en donde nunca bebí?

 Anoche cuando dormía
 soñé, ¡bendita ilusiòn!,
 que una colmena tenía
 dentro de mi corazòn;
 y las doradas abejas
 iban fabricando en él,
 con las amarguras viejas,
 blanca cera y dulce miel.

 Anoche cuando dormía
 soñé, ¡bendita ilusiòn!,
 que un sol ardiente lucía
 dentro de mi corazòn.
 Era ardiente porque daba
 calores de rojo hogar,
 y era sol porque alumbraba
 y porque hacía llorar.

 Anoche cuando dormía
 soñé, ¡bendita ilusiòn!,
 que era Dios lo que tenía
 dentro de mi corazòn.


 RETRATO

 Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
 y un huerto claro donde madura el limonero;
 mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
 mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

 Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—;
mas recibí la flecha que me asignò Cupido
 y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.

 Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
 pero mi verso brota de manantial sereno;
 y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
 soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

 Adoro la hermosura, y en la moderna estética
 corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
 mas no amo los afeites de la actual cosmética
 ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

 Desdeño las romanzas de los tenores huecos
 y el coro de los grillos que cantan a la luna.
 A distinguir me paro las voces de los ecos,
 y escucho solamente, entre las voces, una.

 ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
 mi verso como deja el capitán su espada:
 famosa por la mano viril que la blandiera,
 no por el docto oficio del forjador preciada.

 Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
 que me enseñò el secreto de la filantropía.

 Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
 A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
 el traje que me cubre y la mansiòn que habitò,
 el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

 Y cuando llegue el día del último viaje
 y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,
 me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
 casi desnudo, como los hijos de la mar.


 A ORILLAS DEL DUERO

 Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.
 Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
 buscando los recodos de sombra, lentamente.
 A trechos me paraba para enjugar mi frente
 y dar algún respiro al pecho jadeante;
 o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia delante
 y hacia la mano diestra vencido y apoyado
 en un bastòn, a guisa de pastoril cayado,
 trepaba por los cerros que habitan las rapaces
 aves de altura, hollando las hierbas montaraces
 de fuerte olor-romero, tomillo, salvia, espliego—.
Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.

 Un buitre de anchas alas, con majestuoso vuelo
 cruzaba solitario el puro azul del cielo.
 Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,
 y una redonda loma cual recamado escudo,
 y cárdenos alcores sobre la parda tierra
—harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra—,
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero
 para formar la corva ballesta de un arquero
 en torno a Soria. —Soria es una barbacana
 hacia Aragòn que tiene la torre castellana—.
Veía el horizonte cerrado por colinas
 oscuras, coronadas de robles y de encinas;
 desnudos peñascales, algún humilde prado
 donde el merino pace y el toro arrodillado
 sobre la hierba rumia, las márgenes del río
 lucir sus verdes álamos al claro sol de estío
 y, silenciosamente, lejanos pasajeros,
 ¡tan diminutos! —carros, jinetes y arrieros—,
cruzar el largo puente y bajo las arcadas
 de piedra ensombrecerse las agujas plateadas
 del Duero.

 El Duero cruza el corazòn de roble
 de Iberia y de Castilla.

 ¡Oh tierra triste y noble,
 la de los altos llanos y yermos y roquedas,
 de campos sin arados, regatos ni arboledas;
 decrépitas ciudades, caminos sin mesones
 y atònitos palurdos sin danzas ni canciones
 que aún van, abandonando el mortecino hogar,
 como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!

 Castilla miserable, ayer dominadora,
 envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora.
 ¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
 recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
 Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
 cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
 ¿Pasò? Sobre sus campos aun el fantasma yerra
 de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.

 La madre en otro tiempo fecunda en capitanes
 madrastra es apenas de humildes ganapanes.
 Castilla no es aquella tan generosa un día,
 cuando Mio Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
 ufano de su nueva fortuna y su opulencia,
 a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
 o que, tras la aventura que acreditò sus bríos,
 pedía la conquista de los inmensos ríos
 indianos. a la corte; la madre de soldados,
 guerreros y adalides que han de tornar cargados
 de plata y oro a España, en regios galeones,
 para la presa, cuervos; para la lid, leones.
 Filòsofos nutridos de sopa de convento
 contemplan impasibles el amplio firmamento;
 y si les llega en sueños, como un rumor distante,
 clamor de mercaderes de muelles de Levante,
 no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
 Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.

 Castilla miserable, ayer dominadora;
 envuelta en sus harapos, desprecia cuanto ignora.

 El sol va declinando. De la ciudad lejana
 me llega un armonioso tañido de campana
—ya irán a su rosario las enlutadas viejas—.
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;
 me miran y se alejan, huyendo, y aparecen
 de nuevo, ¡tan curiosas! ... Los campos se oscurecen.
 Hacia el camino blanco está el mesòn abierto
 al campo ensombrecido y al pedregal desierto.



 POR TIERRAS DE ESPAÑA

 El hombre de estos campos que incendia los pinares
 y su despojo aguarda como botín de guerra,
 antaño hubo raído los negros encinares,
 talado los robustos robledos de la sierra.

 Hoy ve sus pobres hijos huyendo de sus lares;
 la tempestad llevarse los limos de la tierra
 por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
 y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.

 Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
 pastores que conducen sus hordas de merinos
 a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
 que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.

 Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
 hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
 cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
 de pòmulos salientes, las cejas muy pobladas.

 Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
 capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
 que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
 esclava de los siete pecados capitales.

 Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
 guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
 ni para su infortunio ni goza su riqueza;
 le hieren y acongojan fortuna y malandanza.

 El numen de estos campos es sanguinario y fiero:
 al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
 veréis agigantarse la forma de un arquero,
 la forma de un inmenso centauro flechador.

 Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
—no fue por estos campos el bíblico jardín—;
son tierras para el águila, un trozo de planeta
 por donde cruza errante la sombra de Caín.



 A UN OLMO SECO

 Al olmo viejo, podrido por el rayo
 y en su mitad podrido,
 con las lluvias de abril y el sol de mayo
 algunas hojas verdes le han salido.

 ¡El olmo centenario en la colina
 que lame el Duero! Un musgo amarillento
 le mancha la corteza blanquecina
 al tronco carcomido y polvoriento.

 No será, cual los álamos cantores
 que guardan el camino y la ribera,
 habitado de pardos ruiseñores.

 Ejército de hormigas en hilera
 va trepando por él, y en sus entrañas
 urden sus telas grises las arañas.

 Antes que te derribe, olmo del Duero,
 con su hacha el leñador, y el carpintero
 te convierta en melena de campana,
 lanza de carro o yugo de carreta;
 antes que rojo en el hogar, mañana,
 ardas, de alguna mísera caseta,
 al borde de un camino;
 antes que te descuaje un torbellino
 y tronche el soplo de las sierras blancas;
 antes que el río hasta la mar te empuje
 por valles y barrancas,
 olmo, quiero anotar en mi cartera
 la gracia de tu rama verdecida.
 Mi corazòn espera
 también, hacia la luz y hacia la vida,
 otro milagro de la primavera.


 NUNCA PERSEGUÍ LA GLORIA

 Nunca perseguí la gloria
 ni dejar en la memoria
 de los hombres mi canciòn;
 yo amo los mundos sutiles,
 ingrávidos y gentiles
 como pompas de jabòn.
 Me gusta verlos pintarse
 de sol y grana, volar
 bajo el cielo azul, temblar
 súbitamente y quebrarse.

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